¡Corre, conejo, corre! gritó el que parecía ser el líder del grupo.
¡Corre mier…! Su rifle ladró con furia. Mientras huía por la [carretera],
pude ver como quemaban impunemente mi camión,
haciendo cenizas mi fuente laboral; haciendo cenizas mi porvenir;
haciendo cenizas mi vida. Estuve tentado en volver y defender lo que era mío.
De inmediato vino a mi mente el recuerdo de Juan Barrios, el primer mártir del gremio
de camioneros, que murió después de tres doloras semanas, tras quedar con el 30% de
su cuerpo quemado, al ser incendiado su [camión de transporte de carga], por un
grupo de encapuchados que decían defender la causa mapuche. ¿Es así como se
defiende una causa? ¿Quemando vivo a un trabajador que solo cumple con su labor?
¿Dejando con una herida permanente a una esforzada familia chilena, que debe perder
a un ser querido de forma cruel e inhumana? Tengo familia, y el pensar en el
desamparo en que quedarían con mi pérdida, me hizo recapacitar.
Entonces, ¿que debemos hacer? ¿Cuántos Juan Barrios tendrán que morir para que
el estado se decida a intervenir? Cuando queman un camión de carga, no solo afectan
al dueño del vehículo, dañan a los más necesitados, habitantes de pueblos remotos,
que pierden el medio que les permite abastecerse de insumos y alimentos.
[Los camioneros de Chile] estamos conscientes de nuestra obligación hacia nuestros
compatriotas, y la seguiremos ejerciendo, aún a costa de trabajar con el miedo de no
volver a ver a nuestras familias, como ocurrió con el compañero Juan Barrios.